La maratón interminable de la productividad tóxica
- Sergio Villamizar
- 18 feb
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 5 may
Si la vida de oficina fuera una maratón, Juan ya habría cruzado la meta, dado la vuelta y estaría corriendo otra vez… todo antes del primer café. Su rutina era así: cinco tazas de café, dos reuniones, tres reportes y media docena de correos incendiarios, todo antes de que el sol terminara de saludar. Desde afuera, parecía el campeón del rendimiento, pero por dentro se sentía como un corredor que olvidó por qué empezó a correr. Llegó a mi consulta con ojeras y el ánimo de quien lleva semanas escapando de un monstruo llamado productividad extrema.

Fotografía tomada de Freepik
Juan, como muchos otros, había caído en la trampa moderna:
medir su valor personal por la cantidad de tareas que lograba tachar en su lista.
Su contexto no lo apoyaba lo suficiente. En el trabajo, su jefe medía el éxito en números y resultados. En casa, su pareja también lidiaba con sus propias exigencias laborales, lo que los había convertido en compañeros de habitaciones más que en una pareja. Juan se sentía solo, ansioso y con la autoestima bajo tierra. Su cabeza repetía un mantra cruel:
“Si no eres productivo, no eres nadie”.
Comprendí que Juan no solo necesitaba descansar. Requería una transformación profunda en su forma de pensar y sentir. Las raíces de su agotamiento no se limitaban al exceso de trabajo; eran emocionales, provenientes de patrones familiares y heridas del pasado que se manifestaban en su presente laboral.

Fotografía tomada de Freepik
Durante una sesión de Hipnosis Regresiva, guié a Juan hacia su inconsciente. En ese estado de relajación profunda, emergieron recuerdos de su infancia. Recordó cómo su padre trabajaba largas jornadas y regresaba exhausto, pero solo recibía palabras de admiración cuando lograba ascender en su empleo. Su madre, en cambio, parecía siempre insatisfecha y le repetía que en la vida había que esforzarse el doble para ser alguien. Esa combinación de exigencia y aprobación condicionada marcó a Juan desde pequeño. Su cerebro infantil interpretó que el amor y la aceptación estaban directamente vinculados con el rendimiento y el sacrificio personal.
Esto coincide con los planteamientos de John Bowlby (1988), quien en su teoría del apego señala que los vínculos tempranos con las figuras parentales influyen en la manera en que desarrollamos nuestra autoestima y cómo buscamos aprobación en la vida adulta. Juan, al no recibir validación emocional incondicional, había crecido con la necesidad de demostrar su valía a través de logros tangibles.
Con esta comprensión, iniciamos un proceso de transformación.
Aquí te comparto tres herramientas esenciales que ayudaron a Juan y que pueden ayudarte a ti, a equilibrar la productividad sin perderte en el intento:

Reprogramación mental: Cambia el chip de tu valor personal
Nuestra mente está llena de creencias arraigadas que a veces nos sabotean. Juan creía que descansar era perder el tiempo. Trabajamos juntos para sustituir ese pensamiento por otro más sano: “Descansar es invertir en mi bienestar”. A través de afirmaciones diarias, ejercicios de visualización y técnicas de neuroplasticidad, paso a paso, reprogramó su mente para entender que su valor como persona no dependía solo de sus logros.
Fotografía tomada de Freepik
Hipnosis: Dialoga con tu inconsciente Muchas veces, nuestras acciones están guiadas por patrones inconscientes. En la sesión de hipnosis con Juan, descubrimos que desde niño había aprendido que ser exitoso era la única manera de recibir aprobación. La hipnosis, según Erickson (1980), permite acceder a esas capas profundas del inconsciente para modificar percepciones limitantes. Con este método, logramos que su mente accediera a nuevas respuestas emocionales. Juan empezó a sentir que podía ser querido por quien era, no por lo que hacía.
Sanación bioemocional: Escucha lo que tu cuerpo te está diciendo El cuerpo siempre habla, pero a veces no queremos escucharlo. Juan sufría dolores de cabeza y tensión constante en los hombros. Exploramos entonces qué emociones estaban atrapadas en esos síntomas, los conflictos emocionales no resueltos pueden somatizarse en el cuerpo. En Juan, la culpa y el miedo a defraudar a los demás se reflejaban en su cuerpo. Al liberar esas emociones, sintió un alivio físico y mental.
El camino de Juan no fue mágico ni instantáneo. El crecimiento personal es un proceso gradual de integración de aspectos conscientes e inconscientes. Al integrar estas tres herramientas, Juan logró establecer límites en su trabajo, reconectar emocionalmente con su pareja y, sobre todo, entender que ser productivo no significa sacrificar su bienestar.
¡Ahora toma café porque le gusta, no porque lo necesita para sobrevivir!
Si te sientes como Juan, recuerda: tu valía no se mide en términos de resultados. La verdadera productividad es aquella que te permite crecer sin perderte a ti mismo por el camino. Y a veces, el primer paso es simplemente detenerte, respirar y escuchar lo que tu cuerpo y tu mente llevan tiempo intentando decirte, a veces necesitas conocer las herramientas, ¡te puedo ayudar a ir profundo en ti!
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